Un gigante paraguayo en tierras jardinenses.



“Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después,
que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendraron hijos.
Éstos fueron los hombres valientes que desde la antigüedad alcanzaron renombre.”
(Génesis 6:4)

Diversas religiones y mitologías mencionan a seres de gran tamaño y fuerza descomunal que caminaban entre los humanos en tiempos inmemoriales.

En los primeros capítulos de la Biblia ya se menciona a una raza de estas criaturas –los Nephilim según algunas traducciones– que poblaban la Tierra antes del Diluvio Universal. Otro célebre gigante bíblico, Goliat, del cual se dice que medía casi tres metros, fue abatido de un certero hondazo en la frente por el pastorcillo David.

Del lado de las mitologías, alrededor del mundo son varias las que tienen a gigantes entre sus protagonistas. Por ejemplo, en la mitología griega aparece Cicno, un gigante sanguinario que quiso construir un templo con los huesos de las personas y animales a los que asesinaba. Fue muerto por Hércules, quien parece que tenía especial aversión por estos seres, ya que también se le atribuye haber dado muerte al gigante rebelde Porfirión, al que atravesó de un flechazo. También en uno de sus célebres doce trabajos capturó a las yeguas de Diomedes –otro gigante–, temidas debido a su gusto por la carne humana. En esa operación Hércules mató al dueño de los equinos y los alimentó con el cuerpo de éste.

Generalmente malvados –aunque hay algunos buenos también– , pero todas las veces destacados por su extraordinario vigor, los gigantes siempre han despertado el asombro e interés de la gente. Ya sea en relatos religiosos, mitológicos o literarios, la existencia de personas o razas con un tamaño y fuerza superior a lo normal atrae y sorprende a cualquiera.

Es por eso que un día de mediados de la década del 60, cuando en las calles de Jardín se empezó a promocionar la presencia de un gigante, el interés fue inmediato.

“Un gigante en Jardín. Venga a ver a ‘El Toro’ Junghanns. Conozca al hombre más alto del mundo” decían los panfletos pegados en la pared del Cine Ipiranga, que haría de lugar para la presentación, y la publicidad que se escuchaba por los parlantes de Continental Publicidad en aquellos años en que aún no había radios.

Aunque el libro de los records Guinness ya había comenzado a publicarse hacía unos diez años en Londres, en una época en que las comunicaciones eran más lentas y no existía aún Internet para chequear un dato en cuestión de segundos, no había manera de saber si efectivamente se trataba del hombre más alto del mundo. Pero según lo que cuentan los que asistieron a esas veladas de presentación del gigante, si no era el más alto, cerca estaba de serlo.

En aquellos primeros años del pueblo, cada tanto llegaba algún espectáculo de estilo circense, tales como magos, equilibristas, mentalistas o malabaristas, que se presentaban dos o tres noches atrayendo la curiosidad de la población.

Desfilaban por el salón del cine local –utilizado a modo de teatro– todo tipo de espectáculos de ese tipo. Algunas demostraban una gran calidad artística, y otras resultaban de dudoso gusto o aburrían al público.

Una noche por ejemplo, se presentó un dúo de “mentalistas”. Decían poder comunicarse a través del pensamiento, y mientras uno se vendaba los ojos, el otro iba señalando diversos objetos en la sala. El que tenía la venda, valiéndose de sus supuestos poderes –que no eran más que bien coordinados trucos– adivinaba de qué objeto se trataba o alguna característica de éste.

Si bien su actuación transcurría impecablemente, resultaba un tanto monótona porque ya iban largos minutos en que uno señalaba un objeto y el otro adivinaba sin errores.

Pero un infaltable borracho entre la concurrencia iba a venir a romper esa monotonía que estaba cansando a los asistentes En un momento, uno de los mentalistas señaló la vestimenta de una persona del público, y le preguntó al que estaba vendado: “¿De qué color es el pantalón de este señor?”.

Antes de que el de los ojos cubiertos tuviera tiempo de responder, desde el fondo del salón se escuchó la voz del borracho: “¡Blaaanco!” – y señalando hacia la puerta donde estaba el taxista que había traído a los mentalistas desde Posadas y que colaboraba recibiendo las entradas, agregó: “¡Como el pelo de ese viejo!”.

Las carcajadas del público no se hicieron esperar, al taxista no le causó nada de gracia y los mentalistas decidieron que ya era hora de ir terminando la función.

Obras de teatro también solían visitar Jardín. En una de ellas, los actores habían olvidado algunos elementos de utilería, y cómo necesitaban desplegar una escena de pelea de espadachines decidieron conseguir entre el vecindario un par de machetes.

Cruzaron la calle frente al cine y pidieron la colaboración a los vecinos, y compadres, Prudencio Ponce y Modesto Pavón. Éstos sin problemas prestaron sus machetes para que la obra teatral pudiera ser llevada a cabo sin inconvenientes. Como los actores seguirían viaje apenas finalizada la función, coordinaron con los vecinos que les dejarían sus respectivas herramientas en la puerta de sus casas de madrugada sin despertarlos.

Grande e ingrata fue la sorpresa de los compadres cuando al otro día se encontraron con sus machetes semejando serruchos, repletos de hendiduras fruto de la ferocidad que los actores habían dedicado en la escena de lucha. “Hasta salían chispas” les contó luego un vecino que había asistido a la obra.

Es así que el público local estaba acostumbrado a la más diversa clase de espectáculo itinerante que llegaba hasta Jardín, y la presencia del “hombre más alto del mundo” a muchos llamó la atención, pero otros más escépticos pensaban que el espectáculo no sería gran cosa, uno más de los tantos que aparecían frecuentemente.

Los curiosos y los escépticos decidieron ir hasta el cine a la hora señalada para ver que tan cierto era lo que se promocionaba. Cuando ingresaban a la sala, no se encontraban con nada especial. Apenas una silla en el escenario era lo único distinto a la habitual decoración del cine.

El lugar se empezó a llenar. Los curiosos que habían rondado los alrededores del cine un rato antes, aseguraban a sus compañeros de butaca que habían podido ver al fenómeno en los fondos, y que éste realmente era un gigante. Los escépticos de siempre seguían aferrados a la máxima de Santo Tomás: ver para creer.

Llegó la hora pautada, y apareció en escena una suerte de maestro de ceremonias que era también el representante artístico de El Toro, encargado de llevarlo de pueblo en pueblo y mostrarlo frente a públicos curiosos de toda la región. Además, entre sus funciones se encontraba la de manejar los ingresos monetarios fruto de la gira, y con eso ganar dinero a costas de su enorme socio.

Sin demasiadas palabras de introducción presentó a la atracción de la noche. “El Toro” Junghanns con sus impresionantes 2,40 metros de estatura apareció lentamente en el escenario.1

Vestido de manera normal con pantalón y camisa, Junghanns se sentó en la silla que lo aguardaba en el escenario. A las órdenes de su representante fue desplegando su acto, que no consistía en mucho más que sentarse, pararse, estirar las manos, acostarse en el piso, dar la vuelta, y otros movimientos destinados a que el público viera su gran contextura física.

El Toro era muy alto, pero no era ni actor, ni cómico, y mucho menos orador, así que su actividad en el escenario no era demasiado florida. Se limitaba a seguir las instrucciones de su mentor y mostrar al público su impresionante figura desde todos los ángulos. Aunque se sabía que disponía de una gran fuerza, en su presentación no hizo ninguna demostración de ella.

Tras unos minutos de esos movimientos frente al público, ya no quedaba mucho por hacer. El maestro de ceremonias agradeció a los asistentes por su presencia, y asegurándoles una vez más que estaban ante el humano más alto sobre la faz de la Tierra, hizo que Junghanns salude a la concurrencia y dio por finalizada la velada.

Aunque breve, el espectáculo dejó satisfechos a los asistentes. Los que lo recuerdan, cuentan que impresionaba ver la altura de Junghanns, y destacan su contextura, que no era extremadamente flaco como suelen ser las personas muy altas, sino que su físico era normal en cuanto a proporciones, pero todo de enorme tamaño.

El Toro y su representante quedaron uno o dos días más en Jardín. Los que no lo vieron en el cine, lo pudieron ver en las calles del pueblo.

Como recurso publicitario, al representante se le ocurrió hacer recorrer a Junghanns alrededor del pueblo. Montado en la caja del Ford A de Silvio Leisner, el grandote recorrió las calles de la localidad saludando e impresionando a quien se encontrara a su paso.

Cuentan que era una persona amable, afecto a charlar con los que lo saludaban. Fruto de esas charlas sabemos que venía de la zona de las Colonias Unidas de Itapúa, Paraguay. Si bien su apellido era alemán, sus rasgos eran criollos. Aparentemente era criado o hijo extramatrimonial de una familia de la localidad de Obligado. En la época en que estuvo por Jardín su edad rondaba los 40 años.

fotografía tomada del videoclip "Sapeca Obligado", canción por Cecilia Becker

Relatan los que lo conocieron que antes de sus giras convertido en atracción teatral trabajaba de tarefero en su pueblo de origen. Gracias a su altura podía alcanzar fácilmente cualquier rama de las plantas de yerba mate. Debido a su descomunal fuerza, podía sacar desde los yerbales un raído en cada mano –cada uno puede llegar a pesar casi 100 kg–, y al llegar al camión, cargarlos sin mayores problemas. De paso, cargaba en el vehículo el resto de los raídos de sus compañeros, haciendo las veces de guinche o grúa humana al momento de levantar la tarefa de la jornada.

Uno de esos días en Jardín estaba charlando en la calle con un grupo de vecinos. Para descansar su pesado cuerpo, apoyó sin esfuerzo su codo y brazo sobre el techo de una Estanciera que se encontraba allí estacionada. El techo de uno de esos vehículos se encuentra a 1,91 metros del suelo. En otra oportunidad, se agarró de una especie de cornisa que había en la entrada del cine, que se encontraba como a 2,20 metros de altura.

Lamentablemente no contamos con muchos más datos acerca del gigante paraguayo. Ni siquiera sabemos su nombre de pila, Suponemos que habrá seguido por algún tiempo con sus giras en compañía del avivado de su representante. En la actualidad, una calle de Obligado, en Itapúa, recuerda a su ilustre poblador

fotografía tomada del videoclip "Sapeca Obligado", canción por Cecilia Becker

Si bien su trato era afable y amistoso, con tantas mitologías, libros y películas en los que los gigantes son malvados y crueles, a veces su representante tenía que aclarar que El Toro era bueno e inofensivo, para evitar que la gente se asustara.

Relata Roberto Acuña que uno de esos días en que Junghanns estuvo en Jardín, andaba caminando por la zona de la municipalidad. Se acercó al edificio comunal y pidió que le inviten un vaso de agua, pero como en ese momento no tenían agua fresca allí le dijeron que pidiera en la vecina Escuela 284, en el sector destinado a vivienda para el director.

El Toro fue a solicitar el agua y golpeó la puerta que le habían indicado. Una de las docentes abrió la puerta y al ver quien era el visitante también abrió bien grande los ojos de la gran sorpresa.

Acostumbrado a estas situaciones, el representante que iba detrás decidió intervenir y hacer la debida aclaración:

–No se asuste señora…– le dijo– No hace nada, él es mansito.

dibujo: Mario Arrieta

  1. Según el Libro Guiness de los Records Mundiales, el hombre con la mayor altura documentada fue el estadounidense Robert Wadlow, quien llegó a medir 2,72 metros. Siguiendo la lista de hombres más altos, Junghanns con sus 2,40 se ubicaría en el puesto 24°, pero no aparece allí porque seguramente su caso nunca fue debidamente documentado.