La banda de sonido que llamaba al cine.


Mitch Miller - The River Kwai March/Colonel Bogey March

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El Khwae Yai es un río de aguas tranquilas que nace entre montañas al oeste de Tailandia. A su paso atraviesa selvas de un verde exuberante, y en muchos lugares de su curso aún se pueden ver las tradicionales casas flotantes típicas de aquellas regiones. La raya gigante de agua dulce, que puede llegar a los 500 kg de peso, es una de las especies animales características de este curso de agua. Aunque el río discurra entre idílicos paisajes que invitan a la contemplación y descanso, sus aguas vieron pasar momentos terribles de la historia humana.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Imperio del Japón se abocó a la tarea de construir una vía férrea para unir a Bangkok (Tailandia) con Rangún (entonces Birmania, hoy Myanmar). El proyecto se basaba en la necesidad de enviar suministros por tierra a sus tropas que avanzaban sobre Birmania, y así evitar la ruta marítima que era más larga y vulnerable a ataques de submarinos aliados.

Se calcula que unos 180.000 trabajadores asiáticos y 60.000 prisioneros de guerra aliados fueron forzados a trabajar en la construcción de lo que luego sería llamado el Ferrocarril de la Muerte. En condiciones infrahumanas, atacados por fieras y alimañas en un clima y terreno totalmente hostiles, unos 90.000 civiles y 16.000 soldados murieron en los 15 meses que se tardó en construir los 415 km de vías.

Años después, una película que se convertiría en un clásico llevó a la pantalla grande parte de lo vivido por esos prisioneros de guerra obligados a construir la vía en medio de pantanos y mosquitos. No se trató de un reconstrucción estricta de los hechos reales sino de un trabajo de ficción inspirado en lo sucedido durante el tendido de los rieles.

El guion sigue las peripecias vividas por un grupo de soldados y oficiales británicos encargados de la construcción de un puente sobre uno de los ríos por los que debía atravesar la vía. El río era el Khwae Yai, que escrito con un formato más amigable a ojos occidentales pasó a conocerse como Kwai. Y la célebre película no es otra que “El puente sobre el río Kwai”.

Dirigida por David Lean y con un elenco encabezado por Alec Guiness, William Holden y Jack Hawkins, fue estrenada en 1957 y tuvo gran éxito en el público de todo el mundo, como así también entre los críticos de cine. Cosechó siete premios Oscar, entre ellos a la mejor película, mejor director, mejor actor y mejor banda sonora.

Afiche de la recorda película.

Precisamente su banda sonora es una de las más recordadas de la historia de la cinematografía y guarda relación con la vida social de los primeros años de Jardín América.

En una de las escenas, los prisioneros de guerra llegan marchando hasta el campamento japonés, silbando una marcha con la que marcan el ritmo de sus pasos. La “marcha del Coronel Bogey” era la alegre melodía silbada por los soldados. Fue creada por un teniente inglés en 1914, mientras cumplía funciones en Escocia. Para la época de la Segunda Guerra se había vuelto muy popular en el Reino Unido, debido a que la gente solía entonarla agregando unas rimas que hacían burla de la virilidad de Hitler y de otros jerarcas nazis. Al momento de filmar la película se consideró que incluir las rimas sería muy grosero, pero usar la melodía fue un guiño suficiente para que el público británico recordara esos populares versos de los años de la guerra.

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En la película, la marcha silbada se combina luego con otra pieza compuesta especialmente para la ocasión. Fusionadas las dos marchas, el tema recibe el nombre de “Marcha del Rio Kwai – Coronel Bogey”, y es una melodía que a los antiguos habitantes de Jardín le trae recuerdos más gratos que las selvas tailandesas o el puente explotado al final de la cinta –transcurridos más de cincuenta años de su estreno, suponemos que el amable lector no se enojará por enterarse del final de la película por medio de estas líneas–.

Resulta que hubo una época en que la mencionada composición musical se escuchaba seguido en Jardín América. En la primera mitad de la década del sesenta, con la pegadiza marcha se indicaba a los jardinenses que la función del Cine Ipiranga estaba por comenzar.

En inmediaciones del edificio del cine –estaba sobre calle Venezuela, hoy ya derrumbado–, existía un eucalipto de unos 20 metros de altura, en cuyas ramas más elevadas Ignacio Arrieta había colocado dos parlantes apuntando en direcciones opuestas. Por las mañanas los utilizaba para salir al aire con Continental Publicidad, emitiendo música y anuncios cuando aún faltaba mucho para la llegada de las radios locales.

Por las noches, en su labor de operador del cine, volvía a encender los parlantes. Colocaba un frágil disco de pasta en el tocadiscos y hacía sonar la marcha del Río Kwai alrededor de las 21 hs, cuando restaban pocos minutos para el comienzo de la película. Aunque la función tenía un horario de inicio puntual y fijo, la marcha servía de aviso para los vecinos atrasados que estaban en camino.

Al son del característico tema, en vez de soldados marchando podía verse a familias enteras apurando el paso. En años en que no había televisión ni demasiados medios de entretenimiento, la salida al cine era todo un acontecimiento, apreciado por grandes y chicos.

Los días de estreno, los interesados pasaban desde temprano frente al salón para ver la cartelera que indicaba cuales eran las películas para esa noche y los días siguientes. Aunque no siempre se podía conformar a todos con los géneros que se proyectaban, el público siempre acompañaba.

Especial interés despertaban las películas religiosas. Ignacio recuerda especialmente una, llamada “Vida y Pasión de Jesucristo”, que aunque filmada en 1903, coloreada a mano y muda, causó el deleite del público cuando fue proyectada por primera vez en Jardín a comienzos de la década del sesenta. Los dueños del cine, los hermanos Mario y Antonio Krindges, de Puerto Rico y pioneros del rubro cinematográfico en la región, poseían una copia de esa película y cada Semana Santa solían ponerla en cartelera. Hay que tener en cuenta que la operatoria de los cines era alquilar los rollos con las películas a distribuidores en Rosario o Buenos Aires, y devolverlos después de la proyección. En este caso, como el rollo era propio, fueron varias las veces que el público jardinense vio ese film, reliquia de los primeros años de la cinematografía mundial.

Otros géneros apreciados, especialmente por el público más joven, eran los de artes marciales. Ignacio recuerda una época en que hubo muchas películas de ese estilo, todas muy parecidas entre sí. También recuerda algunas noches en que queriendo terminar más temprano su tarea de operador, moviendo una perilla en el proyector hacía que la película avanzara a mayor velocidad. Lo activaba en alguna secuencia de peleas o combates, y se podía ver en la pantalla a los luchadores lanzando piñas y patadas a velocidades imposibles, dando a la escena un estilo cómico y grotesco que el público recibía entre divertido y molesto con silbidos y aplausos.

Cuando terminaba la función, nuevamente era la Marcha del río Kwai la que acompañaba la retirada de los asistentes, aunque ahora solo en los parlantes internos del salón, por tratarse de horas tardías de la noche.

Es por eso que hoy aún podemos encontrar entre nosotros a muchos habitantes de ese Jardín América de antaño, que al escuchar esa marcha enseguida rememoran aquellas veladas.

Empiezan a silbar la pegadiza melodía, mueven los pies al ritmo, y sus recuerdos los llevan a esas noches en que, en la pantalla grande, historias y personajes cobraban vida para transportarlos a lugares y épocas lejanas. Porque con la magia del cine todo podía pasar, incluso que un cine jardinense se convirtiera –por un rato– en un río tailandés.