La rutina de un viajante se ve alterada por la desaparición del Timbó.



El vendedor de productos para el cabello tenía que haber llegado temprano ese lunes a la peluquería de Julia Ponce de Arrieta. El viajante solía tomar el colectivo a primera hora en Posadas y alrededor de las 8.30 aparecía con su gran valija repleta de muestras de los más variados insumos para salones de belleza. Pero esa mañana no apareció en su horario habitual. Como a las diez y media Julia vio llegar la figura del anciano y calvo vendedor, apurado y visiblemente contrariado por algo.

Aún ofuscado y nervioso, solo se lo oyó murmurar sorprendido: “¡No estaba el árbol!”.

Después de tomar un vaso de agua, y descansar tras su apurada caminata con la pesada valija a cuestas, al fin pudo explicar el motivo de su tardanza.

Proveniente de Buenos Aires, hacía poco que realizaba las ventas por el interior misionero, y lentamente iba conociendo las distintas localidades al costado de la ruta. Para orientarse utilizaba alguna característica destacada en los pueblos que veía desde el colectivo, y las empleaba como punto de referencia.

Para saber que había llegado a Jardín América se basaba en un símbolo que había estado allí incluso antes de que el pueblo existiese: el gigante árbol de Timbó al costado de la ruta.

Es así que el viajante tomaba el colectivo en la capital provincial y emprendía la travesía dormitando y mirando despreocupado por la ventanilla, sabiendo que cuando apareciera el imponente árbol era el momento de bajar a recorrer las peluquerías de Jardín.

Esa mañana había pasado por una localidad que le pareció conocida, pero medio dormido aún, al no haber visto el árbol no se preocupó. Llegó luego a otra población más pequeña y como su reloj le indicaba que ya debería haber llegado a Jardín América decidió consultar al guarda.

–¿Disculpe joven, falta mucho para Jardín?

Sorprendido, el trabajador del transporte le indicó que ya habían pasado Jardín hacía casi media hora y que ahora estaban en Capioví.

El Timbó en sus épocas de esplendor, aunque ya herido por un rayo como puede notarse por las ramas secas en lo más alto. (foto: Ignacio Arrieta)

Más sorprendido aún, el viajante retrucó que cómo podía ser tal cosa, si el había mirado todo el tiempo el paisaje y no habían pasado bajo el árbol.

Entonces el guarda le explicó de mala gana: “Al árbol lo tumbaron la semana pasada”.

El viajante no sabía que el Timbó ya no estaba en donde había estado por unos cuatrocientos años –según posteriores análisis de sus anillos de crecimiento realizado por don Méndez Huerta– , y por eso pasó de largo Jardín y tuvo que bajar en Capioví para esperar otro colectivo en dirección contraria.

Ignoraba que durante treinta años con sus 42 metros de altura había sido el lugar de reunión, de referencia y encuentro de los jardinenses. Que multitudinarios mítines políticos, alegres festivales e innumerables romances habían sido cobijados por igual bajo su sombra.

Tampoco sabía que hacía unos años un rayo lo había atacado en sus ramas más altas, y aunque lo había herido siguió imponente como siempre.

Desconocía que el día de su derribo hubo que traer una topadora de 45 toneladas para estirar los cinchos que le habían puesto a su alrededor. Y que luego del derribo trabajó más de tres horas para remover las enormes raíces.

No sabía que la motosierra empuñada por Anatolio Wasiuk fue preparada especialmente, uniendo dos espadas de largo normal para conseguir una de longitud doble.

No tenía idea cuanto había afectado a los jardinenses la caída de aquel gigante vegetal. Que a una gran mayoría los afectó emocionalmente, pero hubo quien sufrió consecuencias más tangibles: por ejemplo don Felipe Kuszpit, quien en su función de representante de Tierra y Bosques, por intentar cumplir con su trabajo y exigir la correspondiente guía de transporte para el árbol caído, de la noche a la mañana tuvo que sufrir ser trasladado a cumplir tareas en una alejada y perdida colonia a decenas de kilómetros de su casa en Jardín América.

Todo esos esos datos eran desconocidos para el cansado viajante. Él solo sabía una cosa: tendría que buscar un nuevo punto de referencia, porque desde el 2 de agosto de 1976, Jardín América ya no era el pueblo del árbol.


Secuencia del Derrumbe - 2 de agosto de 1976

Fotos: Ignacio Arrieta

Momentos previos al inicio de los preparativos.
Comienzan los preparativos.
El cable de acero para tirar del árbol al momento de la tala ya se encuentra tendido.
Congelados en la imagen, los instantes finales del árbol.
El gigante se inclina hacia su final.
Mortalmente herido, el Timbó ya toca el suelo.
Los vecinos corriendo se acercan a su árbol ya vencido.