El sonido de un pájaro de la selva misionera sorprende a un forastero.


https://alboradadeunpueblo.com.ar/static/audios/urutau.mp3

(audio: el canto del Urutaú)


En 1777, España y Portugal firmaron el Primer Tratado de San Ildefonso, a los efectos de zanjar las disputas territoriales en la región del Río de la Plata. Como parte del acuerdo, cada reino acordó enviar una delegación al Nuevo Mundo para delimitar en el terreno los límites fronterizos.

En el grupo de los españoles se encontraba el militar y explorador Félix de Azara, que partió hacia América para una misión de algunos meses, y terminaría quedándose por veinte años.

Mientras esperaba a la delegación portuguesa, decidió emprender un viaje por su cuenta y trazar un mapa de la región. Aunque no era su especialidad, a medida que avanzaba también tomaba notas acerca de la naturaleza –especialmente la fauna– con la que se iba encontrando.

Finalmente parece que la delegación portuguesa nunca llegó, y el curioso de don Félix siguió sus exploraciones, al cabo de las cuales llegó a describir 448 aves y 78 cuadrúpedos.

Uno de los pájaros que mereció su atención fue el célebre urutaú, del cual dice textualmente:

Es muy conocido de los Guaranís por este nombre, y de los páxaros más famosos por las patrañas sin número que de él se refieren (…) De todas las referidas maravillas y otras se encuentran testigos que las creen como evangelios.“

Apuntamientos para la historia natural de los páxaros del Paraguay y Río de la Plata. Volumen 2. 1805

Entre esas “patrañas”, Azara enumeraba: si se le quiebran las alas y patas por la noche, al otro día el pájaro amanece con los miembros nuevamente intactos; que al que imita su canto se le quema la ropa antes de los tres días; el que lleva una de sus plumas atrae la voluntad del sexo opuesto; que si se escribe una pretensión con una de sus plumas, se consigue sin falta.

Luego el explorador pasaba a las características físicas del ave, describiendo sus dimensiones y plumaje. Sin entrar en los detalles exhaustivos del sabio español, podemos comentar que el urutaú1 es un ave nocturna de unos 30 cm. de longitud, de color plomizo, pico corto y ojos negros con los párpados ribeteados de amarillo. Pasa el día posado erguido prácticamente inmóvil en un tocón de árbol, con el cual se mimetiza como si fuera parte de él. Llegada la noche abre sus hipnotizantes ojos amarillos y se dedica a la caza de insectos.

Sin embargo, este pajarito tiene una característica que lo hace único entre sus congéneres: posee un grito melancólico persistente que suena como un lamento humano que va disminuyendo en intensidad. Lo realiza por la noche, y puede repetirlo incansablemente por un buen rato.

Sin duda debido a ese sonido tan similar al grito de una persona, el urutaú es protagonista de muchas leyendas, poesías y canciones, y recaen sobre él todo tipo de atributos mágicos y sobrenaturales.

Por ejemplo, según los guaraníes el urutaú surgió fruto de un amor prohibido. Dos jóvenes de tribus enemigas se habían enamorado, pero el padre de la muchacha –cacique de una de las aldeas– prohibió tal relación. Sumida en la tristeza, la joven perdió la alegría de vivir y desde entonces pasaba sus días en silencio, muda y ajena a los hechos cotidianos.

Una mañana la bella joven desapareció de la aldea. Salió en su búsqueda una partida de guerreros, quienes la encontraron en los más profundo del monte, pero no lograron convencerla para que volviera.

La expedición retornó a la aldea y consultaron al payé o hechicero para que con su sabiduría encontrara la forma de traer del monte a la indiecita ausente.

Según el anciano, la única manera de curar el dolor de amor que la joven padecía y originaba su autismo y escape, era con otro dolor aún mayor. Pidió a los expedicionarios que lo llevaran a donde se encontraba la muchacha, y apenas llegó ensayó su teoría. Le relató diversas tragedias familiares inventadas, tales como la muerte de su madre o hermanitos, pero la joven seguía inalterable.

Por último le dijo que su amado había muerto ahogado en el río. Entonces un desgarrador grito cargado de tristeza y dolor proveniente de la garganta de la joven se dejó oír en aquel claro del monte; y ante los ojos asombrados del hechicero y de los guerreros que la habían ido a buscar, la muchacha comenzó a transformarse, hasta quedar convertida en el pájaro que desde entonces se pasa los días ensimismado en la punta de algún tronco y por las noches se lamenta a causa del amor perdido.

Por su parte, en el noroeste argentino al pajarito lo conocen como kakuy, y la leyenda que le da origen también cuenta una tragedia: un hermano que todos los días volvía cansado de trabajar, al llegar a la casa que compartía con su hermana nunca hallaba comida ni agua. Harto de la pereza de la hermana, un día la llevó al monte y mediante engaños la hizo subir a lo alto de un árbol, para luego dejarla abandonada allí a su suerte. Y como sucediera con la indiecita guaraní, la hermana gritó hasta convertirse en pájaro y desde entonces se lamenta por el abandono del que fue objeto. Así lo canta Peteco Carabajal a través de una conocida chacarera:

Peteco Carabajal - Hermano Kakuy

https://alboradadeunpueblo.com.ar/static/audios/HermanoKakuy.mp3

Con triste grito
busca a su hermano,
Kakuy se llama
y vive penando.

Con las limitaciones propias del medio escrito, para aquel que nunca escuchó el canto del urutaú es difícil imaginarlo. Es por ello que recurrimos a las menciones hechas por los poetas y músicos, siempre hábiles en poner por escrito las percepciones de sus sentidos, quienes en diversas épocas y contextos dedicaron líneas a este pequeño pajarito.

Para el chileno Pablo Neruda, el sonido del ave se trataba de “la música del urutaú”, tal como lo escribe en un poema dedicado a Artigas y su exilio paraguayo.

Carlos Guido y Spano escribió los versos quizás más conocidos de entre los que mencionan al pájaro en cuestión. Fruto de su oposición a la guerra de la Triple Alianza, en 1871 publicó “Nenia, canción fúnebre al Paraguay”, en donde en un fragmento dice:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú­
¡llora, llora urutaú!

Por su parte, el general Lucio V. Mansilla en “Historia de un pajarito”, con la experiencia dada por haber tenido en cautiverio a uno de estos animales, afirmaba que no se trataba de un pájaro bello; y que su canto era monótono y fastidioso. Luego analizaba los versos de Guido y Spano casi humorísticamente: “¿Qué importa entonces que Carlos haga llorar a un pájaro que canta; que le cuelgue ramas a una planta que no las tiene2; y que diga que no existe el Paraguay, si son lindos sus versos y hallan eco en muchos corazones? “

Como se ve, el urutaú desde tiempos antiguos ha despertado el asombro, temor y curiosidad en quienes lo han escuchado en medio de la noche cuando se dedica a lanzar su famoso lamento.

El Urutaú, gentileza de Jan Dungel
(https://www.jandungel.com/en/drawings/start).

Es alrededor de ese grito que gira la anécdota que queremos relatar, acontecida cuando Jardín era un pequeño pueblo en el que aún no había luz eléctrica. Precisamente, estaba en camino de tenerla.

Como lo recoge Antonio Faccendini en su libro “La Gaceta Jardinense”, hacia fines de enero de 1959 se procedió a la apertura de sobres de la licitación pública para la “provisión de la mano de obra para el montaje de la usina y red de distribución de energía eléctrica”. Resultó ganadora la firma encabezada por el sr. Antonio Navarro.

Tiempo después llegó a Jardín el mencionado señor Navarro. Nativo de Mendoza aunque residente en Buenos Aires, Navarro se instaló en el Hotel Iguazú, que por esos años existía sobre la Ruta 12, frente al lugar que hoy ocupa la Estación de Servicios Esso.

Comenzaron las tareas, y Antonio Navarro, al mando de una cuadrilla de operarios, recorría constantemente el pequeño pueblo. Habría de quedarse por casi dos años. Sus tareas consistían en el tendido de las líneas, y las conexiones a los domicilios. También levantaban los postes, que en esa época eran del cerne de grandes árboles traídos directamente del monte. A veces los troncos estaban un poco torcidos, pero al ser maderas duras eran muy resistentes a las inclemencias del tiempo.

Enseguida trabó amistades y pronto ya era una cara conocida para los vecinos de la pequeña población. Uno de esos vecinos con los que habitualmente charlaba era Ignacio Arrieta, quien recuerda este suceso.

En una oportunidad, mientras compartían unos tererés –bebida que el mendocino había llegado a apreciar desde su llegada a la región– Navarro le dijo que le quería preguntar algo:

–¿Che, quién es ese que a la noche grita por ahí? –indagó con actitud curiosa mientras señalaba hacia la zona de monte más allá de donde se encontraba su pensión.

Cuando Ignacio le pidió más detalles, Navarro pasó a explicar:

–Todas las noches, a eso de las diez u once, hay un tipo que empieza a gritar. Un rato largo. Grita, se calla unos minutos, y después grita de nuevo. ¡Hasta la madrugada! No para y no me deja dormir… ¿Tenés idea quien puede ser? ¿Un loco, un borracho…? –volvió a consultar cada vez más agitado mientras pensaba en el causal de su insomnio.

El lector ya se habrá dado cuenta cual fue la respuesta. El que perturbaba el sueño de Navarro no era otro que el pájaro mágico de los guaraníes, el urutaú; que desde el monte –que en ese entonces se encontraba muy cerca de la zona urbana de Jardín– , por las noches lanzaba su característico sonido y perturbaba el sueño del mendocino.

Por suerte, el urutaú se detenía a la madrugada, y Navarro entonces podía conciliar el sueño, para levantarse sin tanto cansancio a seguir su trabajo al día siguiente.

Si no, la luz eléctrica para Jardín hubiera tardado más de la cuenta en entrar en funcionamiento, y todo por culpa de aquel pajarito gritón.


  1. Nombre científico: Nyctibius griseus. También conocido, dependiendo de la región, como: nictibio, urutaú común, pájaro fantasma, biemparado norteño, pájaro estaca menor o estaquero común, guajojó, ayaymama, cacuy, potoo, mãe-da-lua. 

  2. Según Mansilla: “El yatay es una especie de palma, es decir, una planta del género endógeno, que crece del interior al exterior en forma de columna adornada de anillos nudosos, que esculpidos por el cincel de la naturaleza marcan su edad con precisión; tiene hojas espléndidas, vivaces en toda estación, que adornan su encumbrada cabeza, cayendo como rizos elegantes sobre sus hombros sin contornos, por decirlo así. Ramas no tiene. Concediendo mucho, podría decirse que tiene un vástago o vara que brota de su tallo o tronco, puesto que rama es eso y sólo eso. “