Métodos de transporte poco convencionales de un colono.



Entre las muchas historias del Jardín América del ayer, hay un par relacionadas con los medios de transporte –y protagonizadas por la misma persona– que resultan muy curiosas.

Nos llegan por medio de Juan Tarasiuk quien relata que en la década del sesenta en una de las colonias de los alrededores del pueblo vivía don Enrique Kühn. Habitualmente se dedicaba a las tareas típicas de la chacra, pero en ocasiones necesitaba acercarse hasta el poblado para hacer alguna que otra diligencia.

Como Enrique no disponía de un vehículo a motor, y para hacer el trayecto a pie era una distancia considerable, utilizaba uno de los animales de su chacra como medio de transporte.

Pero en vez de utilizar un caballo o una mula, Enrique se acercaba hasta Jardín cómodamente encaramado sobre el lomo de uno de sus bueyes.

Improvisaba una montura con un cuero que colocaba encima del animal, unas sogas a modo de rienda, y a paso lento pero seguro iniciaba la marcha. El tranquilo bovino acostumbrado a la dureza de la labranza, resignado se entregaba a la nueva tarea.

Don Kühn llegaba hasta la zona urbana de Jardín y dejaba al buey en algún descampado. Después de cumplir con sus actividades volvía a montarse sobre la enorme bestia para emprender el lento regreso hasta su chacra.

Causaba sorpresa, asombro y hasta alguna sonrisa verlo transitar los polvorientos caminos jardinenses en tan extraña cabalgadura. Los enormes cuernos del buey y sus mugidos cansinos sumados al hombre encaramado encima constituían una imagen bastante pintoresca.

Tarasiuk también recuerda que don Kühn utilizaba en ocasiones –posiblemente en un periodo posterior a lo del buey– otro animal como medio de transporte. En este caso se trataba de un simple y sufrido burro.

Solía venir al pueblo montado en el burro. Se dirigía a El Baratinho, que era un almacén de ramos generales propiedad de Aldin Borghardt, en donde se abastecía con los más variados productos. Cuando don Enrique venía, de lejos se podía escuchar al burro rebuznando al acercarse al almacén.

Lo curioso de esta parte de la historia se daba cuando don Enrique iba a Paraguay a visitar a familiares que vivían en cercanías de Capitán Meza.

Montaba el burro y se dirigía hasta la costa del río, en Colonia Oasis. Allí acudía a los hermanos Acosta –Tito y Guillermo– que disponían de un bote y por una módica suma de dinero ponían su embarcación y sus brazos al servicio de los interesados en cruzar hasta la otra orilla.

Don Kühn contrataba a alguno de los hermanos, y sin trámites migratorios ni aduaneros, remero, cliente y burro se dirigían hasta la embarcación.

Antes de iniciar el cruce, Enrique ataba el burro al bote y después se subía al pequeño barco. El remero empezaba su labor y lentamente atravesaban el río. Unos metros más atrás, nadando, el burro también cruzaba.

Apenas llegado a territorio paraguayo, desataba al asno, coordinaba con el barquero la hora del retorno, y sobre el lomo del mojado animal recorría los diez o quince kilómetros que separaban la costa de la casa de sus parientes.

Para el regreso hacían la misma operación. El dueño del bote lo iba a buscar y dueño y burro cruzaban de nuevo el Paraná. Uno sentado tranquilamente, y el otro con el agua al pescuezo.

Don Enrique ya falleció, pero su esposa, doña Amilda Grams de Kühn aún vive en nuestra ciudad. Con el peso de los años su memoria no es tan buena, pero cuenta que, aunque no recuerda que su esposo cruzara periódicamente el río con el burro, sí rememora que al menos lo hizo una vez.

Ellos vivían en Paraguay y atraídos por la invitación de un hermano de ella decidieron venir a radicarse a Jardín. Hicieron la mudanza y cruzaron el rio trayendo al noble burro nadando.

Como puede ver, en épocas en que los caminos y los medios de transporte no eran tan buenos como en la actualidad, siempre había alguien que se las ingeniaba para llegar a destino.

Porque, a pesar de las dificultades, lo importante era llegar.