Un altanero conductor que levantaba polvareda con su imponente automóvil.



El artículo de la revista Parabrisas –especializada en automóviles– de agosto de 1961 lo explicaba de una manera muy gráfica: “Tres personas caben en el asiento delantero sin problemas de ninguna especie, y en el asiento trasero se puede dormir una hermosa siesta mientras La Bestia devora kilómetros.”

La Bestia a la que se referían era el célebre Kaiser Carabela, un auto que fue fabricado en Córdoba por la empresa IKA entre 1958 y 1961. Con la particularidad de ser el primer auto argentino de pasajeros fabricado en serie, su gran tamaño lo tornaban imponente.

Según el mismo artículo, cuando los redactores vieron por primera vez al Carabela les produjo algo así como “la sensación de acoquinamiento1 del hombre frente a las insondables distancias del Cosmos”. Sin lugar a dudas, sus 5,4 metros de largo, 1,9 de ancho y 1600 kilos de peso, no dejaban indiferente ni a los más curtidos periodistas especializados en la materia.

Tampoco quedó indiferente el solitario policía que una mañana de comienzos de la década del sesenta se encontraba de guardia en la comisaría de Jardín América cuando Alfredo Hönig pasó a toda velocidad por la ruta con su flamante Carabela levantando una nube de polvo por detrás.

El austriaco Hönig se había radicado hacia fines de 1948 en el pueblo, y en sociedad con Raúl Marcenaro habían montando una fábrica de maderas terciadas en la zona que luego sería conocida como la Terciada Vieja, donde actualmente se encuentra el Barrio Hermoso.

Reconocido por su habilidad con las máquinas, trabajaba sin descanso en su fábrica, manteniendo a punto los equipos y supervisando la producción. El negocio rendía y pudo darse el gusto de comprar el auto que por esos años constituía lo más avanzado de la industria automotriz argentina.

Desde entonces siempre que podía aceleraba y llevaba la potencia de su máquina cerca del límite de los 140 km/h que podía alcanzar el coche. De lejos se podía escuchar el rugido del motor del Carabela al acercarse, y en tiempos de sequía ver como a su paso la tierra roja se elevaba por los aires.

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Seguramente a Alfredo le sucedía lo que relataban los inspirados redactores del artículo de Parabrisas: “En el camino, el Kaiser Carabela es una alfombra mágica que permite a los ocupantes olvidarse de la mecánica. Se acelera para ir más ligero. Se frena para ir más despacio, y por centenares de kilómetros ustedes pueden olvidarse de todo lo demás.”

Se ve que Hönig se olvidaba de levantar el pie del acelerador.

Pero tal actitud riesgosa ya tenía cansado al policía que protagoniza este relato y del cual desconocemos el nombre. Esa mañana decidió intervenir y cuando escuchó que el Carabela venía rugiendo, dejó corriendo su puesto en la comisaría dispuesto a hacer valer su autoridad.

Se acercó hasta la ruta y antes de que el coche pasara raudamente le hizo señas a Hönig para que se detenga. Cuando éste termino de acomodar el enorme vehículo sobre la banquina, el agente del orden lo reprendió duramente por la imprudencia de manejar a tanta velocidad en la zona urbana del pueblo. Con las atribuciones que su función le confería, el policía resolvió emitir una fuerte multa al dueño del coche.

En vez de aceptar la reprimenda y moderar la velocidad de sus paseos, Hönig sorprendió al policía con su respuesta.

Insolente, le dijo:

–Oficial, va a ser mejor que me cobre el doble… porque a la vuelta pienso pasar a toda velocidad otra vez.


  1. acoquinar: Amilanar, acobardar, hacer perder el ánimo.