Quedarse sin combustible para la lancha en el medio del río puede convertirse en un problema mucho más grave si el solitario pescador al que uno decide pedirle ayuda resulta ser el dictador de un país vecino.



Por un error de cálculo, ahora la embarcación se encontraba a la deriva en mitad del ancho Paraná, en cercanías de la isla Pindo-í. Andrés Sánchez –más conocido como Tita– había calculado mal la cantidad de combustible necesaria para la tarde de pesca y cuando el motor empezó a toser, se lamentó no haber traído un bidón de nafta de reserva. No tenía idea de la situación en la que estaba a punto de involucrarse, cuyo relato hoy, muchos años después, nos llega de la mano de su primo Rolando “Cacho” Acosta.

Aunque en ese entonces ya vivía con su esposa e hijas en Jardín América, cada vez que podía agarraba sus líneas y anzuelos, e iba hasta el Paraná para una jornada de pesca. Se había criado en la zona del Puerto Doce de Corpus, y desde su infancia el río siempre lo atrajo. Aunque a lo largo de su vida residió en diversas localidades, los alrededores de Pindo-í ejercían en él una atracción especial y retornaba todas las veces que se le presentaba la oportunidad.

Conocedor de los secretos y peligros del río, quedarse a la deriva lejos estaba de inquietarlo. Con el remo que tenía a bordo sumado al timón del motor y la ayuda de la corriente, podría dirigir su bote hacia la costa y retornar sin problemas al punto de partida. Pero tal solución lo obligaría a suspender la tarde de pesca y manipular el remo le demandaría un esfuerzo físico que preferiría no hacer.

Lo ideal sería poder conseguir de alguna manera el combustible de auxilio que le permitiera maniobrar hasta la costa, recargar allí el depósito de su motor y volver al medio del inmenso Paraná a seguir pescando hasta las primeras horas de la noche. Todavía su pesca no había resultado exitosa, así que todo lo que quería era seguir probando a ver si conseguía un buen ejemplar para degustar a la hora de la cena junto a los amigos y familiares que lo esperaban en el puerto.

Miró hacia la costa argentina pero como se encontraba a mucha distancia ni siquiera intentó hacer señas pidiendo ayuda. La esperanza era encontrar otra embarcación a motor que pudiera darle la cantidad de combustible que necesitaba para desplazarse por su cuenta hasta la orilla.

El lado paraguayo estaba más cerca, y hacía allí dirigió su atención en busca de alguna lancha salvadora. A contraluz del sol de media tarde, aguas abajo a una distancia no tan grande divisó un bote. De lejos no sabía si era un bote a remos o a motor, pero como era lo único cercano, desenganchó su ancla y valiéndose de la corriente se dirigió hacía la solitaria embarcación.

En cuestión de minutos se encontró cerca del otro bote. Se alegró cuando pudo ver que se trataba de uno con motor fuera de borda, ocupado por un solitario pescador.

Mientras se acercaba al ocasional compañero de navegación, notó que le resultaba conocida la cara de ese hombre. Hurgó en su memoria, pero el solitario pescador de piel clara, fino bigote y labio inferior sobresaliente, protegido del sol por un sombrero, no era ninguno de los habituales pescadores con los que solía cruzarse en inmediaciones de la isla.

Levantó la mano a modo de saludo, a lo que el otro correspondió. Los botes quedaron a pocos metros de distancia.

–Buenas tardes don, disculpe que lo moleste. Mi nombre es Andrés Sánchez, vengo de acá del Puerto Doce y me quedé sin combustible– respetuosamente saludó Tita, mientras señalaba hacía la costa argentina y luego a su apagado motor.

–General Alfredo Stroessner, mucho gusto– se presentó, con voz firme al mismo tiempo que levemente saludaba con la cabeza, el solitario pescador.

Apenas terminó de escuchar el nombre de su interlocutor, Tita comprendió por qué le parecía conocida esa persona. Miró alrededor sin lograr salir de su asombro. No podía creer que tenía en frente al presidente dictatorial de Paraguay. Y que éste se encontrara sólo en el río, sin custodia ni acompañantes.

Conocido era el carácter sanguinario y despiadado del régimen que reinaba en el vecino país bajo el férreo control del hombre que tiraba de su línea de pesca frente a Tita. Cuando el tirano quería, con un simple gesto podía impartir órdenes que suponían la diferencia entre la vida y la muerte para sus compatriotas.

Y ahí estaba Tita, interrumpiendo la tarde de pesca de semejante personaje.

Ya se encontraba allí, y no le quedó otra alternativa que seguir adelante y terminar de explicar el motivo de la interrupción. El presidente escuchó atento y amablemente le dijo a Tita que no se preocupara, que le iba a proporcionar el combustible que necesitaba.

Como el trato de Stroessner era afable y cordial, Tita se sintió un poco más tranquilo, pero solo deseaba salir de allí lo antes posible conociendo la triste fama del general.

A lo lejos se empezó a oír el sonido de una embarcación que se acercaba a toda velocidad. El militar miró hacia el origen del ruido, y le dijo a Tita que aguarde unos minutos que ahí ya venía el auxilio.

Por esos años de mediados de los sesenta, circulaba entre los lugareños el rumor que habitualmente el presidente paraguayo se dedicaba a pescar en cercanías de Pindo-í. Oriundo de Encarnación, eran creíbles las versiones que contaban que “El Rubio” cada tanto se pegaba una escapada a su Itapúa natal para dedicarse a la pesca que tanto le gustaba.

Otros rumores incluso decían que uno de sus frecuentes compañeros de pesca era el criminal de guerra nazi Josef Mengele, conocido por sus experimentos médicos aberrantes en el campo de concentración de Auschwitz del cual se sospechaba que tenía refugio en la zona.

Precisamente como anécdota al margen podemos contar una relacionada con Mengele y sus salidas de pesca: A mediados de la década del setenta, el recordado periodista Abdón Fernández estaba preparando una de sus columnas para el semanario Usted que se publicaba en la capital provincial.

Redactando sobre la belleza y magia de la isla Pindo-í, y mezclando realidad con fantasía fiel a su estilo de escritura poética, agregó a su artículo un texto que decía algo así como “En cercanías de la isla Pindo-í, donde Ignacio Arrieta suele pescar en compañía de Josef Mengele…”.

Por supuesto que tal relato era solo fruto de la imaginación de Abdón al mezclar los rumores conocidos acerca de la presencia de Mengele en la zona con el hecho de saber que Ignacio –corresponsal de El Territorio y su amigo– siempre le contaba de lo hermosa que era la isla y de la buena pesca que allí había.

Por aquellos años la licencia poética que se había tomado Abdón podía resultar peligrosa para su colega, ya que aún era intensa la búsqueda de nazis en todo el mundo y publicar tal relato en el diario podría haber logrado que Ignacio tuviera que prestar declaración ante organismos de seguridad acerca de sus supuestos vínculos con el criminal de guerra.

Afortunadamente un secretario de redacción atento, al recibir el texto de Abdón le dijo que eso no podía publicarse, por el riesgo y los problemas que acarrearía al protagonista del artículo. Finalmente la nota no se publicó con ese párrafo, y solo quedó como una anécdota acerca de la imaginación fecunda del recordado poeta.

Pero volviendo a la tarde de pesca de Tita Sánchez, podemos imaginarnos como éste se encontraba nervioso y asombrado por la situación en la que estaba inmerso. Con el sudor marcando su frente, se animó a preguntarle al presidente cómo era posible que siendo una persona tan importante estuviera allí solo y sin protección en medio del río.

Stroessner esbozó una sonrisa y le respondió: –“No estoy solo…” –dijo mientras señalaba hacia la zona de la orilla paraguaya desde donde se acercaba la otra embarcación– “allá están los que me cuidan”.

Agregó tranquilamente: “Desde que anclaste tu bote para pescar allá aguas arriba, hay varios que te tienen en la mira y están controlando todos tus movimientos”.

Con esa contundente respuesta Tita comprendió que seguramente en esos momentos su cabeza aparecía enfocada en la mira telescópica de más de un francotirador apostado en la costa paraguaya. Trató de no hacer ningún movimiento extraño y se dedicó a esperar a la lancha que ya se acercaba.

Evidentemente los guardias detrás de las miras telescópicas y prismáticos que cuidaban a Stroessner estuvieron haciendo un buen trabajo, porque apenas llegó la lancha, uno de los que venían en ella sacó un bidón de combustible y se lo pasó a Tita. Por los movimientos que había hecho Tita, los que lo vigilaban de lejos se habían dado cuenta que había quedado sin combustible, y por eso ya traían consigo el salvador recipiente con algunos litros de nafta.

Tita recargó su motor, lo encendió y agradeció a Alfredo Stroessner por la ayuda. Acto seguido emprendió el regreso a la mayor velocidad posible, sin poder dejar de pensar que seguramente a unos cientos de metros había un soldado con los ojos fijos en su nuca y los dedos a centímetros del gatillo de un fusil.

dibujo: Mario Arrieta
En guaraní se llama tembelo a aquellas personas con el labio inferior sobresaliente.
Por poseer esa característica física, a Stroessner despectivamente lo llamaban con ese apelativo.