Un caminante de las calles jardinenses, al que todos conocen pero del cual pocos saben su verdadero nombre.



Todos en Jardín más de una vez lo hemos visto. Su vestimenta reducida a andrajos. Siempre descalzo –con los pies curtidos por los años de trajinar las calles sin zapatos– y con su higiene personal totalmente descuidada, dejando a la vista que se trata de una persona con sus facultades mentales afectadas por algún trastorno.

Usualmente se lo ve hurgando en tachos de basura en busca de restos de comida. Los vecinos que lo conocen en ocasiones le dan algunas monedas o algo de comida. Pero si nadie atina a ayudarlo, él no es de los que andan pidiendo. Más bien parece abstraído, ajeno a lo que le rodea y solo ocupado de lo que sea que ronde su mente alterada.

Fuera de las veces que rompe alguna bolsa de basura y deja su contenido esparcido, su conducta siempre es pacífica y tranquila, sin molestar ni agredir a nadie, simplemente caminando inmerso en un mundo que nos es ajeno.

Si alguien le dirige la palabra, puede que responda, pero en un lenguaje apenas entendible, con algún rastro de acento rioplatense, pero que no resultan más que sonidos vagos, sin posibilidad de entablar una conversación.

Nos estamos refiriendo a Perkin, un personaje que recorre las calles de Jardín en ese estado demente desde hace más de medio siglo. Con tantos años transcurridos, cada vez son menos los que lo recuerdan como era en su juventud, cuando estaba sano y trabajaba en el pueblo.

Rufino Diarte, tal su nombre real, había recalado con algunos miembros de su familia en Jardín a comienzos de la década del 60. Habían venido desde Oberá con su padrastro Hermelindo Pergue a la cabeza y se establecieron en la zona de Agronorte.

Con la localidad en crecimiento, la necesidad de levantar casas y negocios era constante, y entre los que se dedicaban a la construcción se encontraba Rufino. En Buenos Aires desde muy joven había aprendido el oficio de albañil, y en Jardín trabajaba como tal a las ordenes de Ricardo Reineck. Algunas de las obras en las que trabajó formando parte de esa cuadrilla fueron en la casa del Dr. Kamada y en la del hermano de éste, Masao.

Población chica en la que todos se conocían, Rufino era uno más de los jóvenes habitantes de Jardín, y nada hacía suponer que el destino le tenía preparado un futuro tan duro.

Luego de las sacrificadas horas trabajando en la construcción, cuando llegaba el fin de semana a Rufino le gustaba divertirse con su grupo de amigos. La salida era a algún baile los sábados por la noche, y –si era verano – al Tabay al día siguiente. Se destacaba en su forma de vestir, siempre muy elegante y a la moda: camperas de cuero, pantalones al tono, y el cabello muy bien cuidado. De buena presencia, la compañía femenina no le era esquiva, y en esos bailongos se lo solía ver del brazo de alguna señorita.

Cuando pasaba por el cine, donde también funcionaba la publicidad o propaladora de Ignacio Arrieta, éste recuerda que Rufino se acercaba para charlar e invariablemente le pedía escuchar su tema musical favorito. Ignacio buscaba el disco de pasta y reproducía la música solicitada: de Elvis Presley el tema Déjame, de la película La Mujer Robada. En ocasiones, Rufino daba rienda suelta a la alegría de escuchar aquella canción y se ponía a bailar.

Elvis Presley - Déjame:

https://alboradadeunpueblo.com.ar/static/audios/ElvisPresley-Dejame.mp3

Tenía también un muy buen estado físico, tal es así que cada tanto solía ir en bicicleta desde Jardín hasta Oberá a visitar a familiares y amigos que vivían en aquella ciudad.

Un habitante más de la incipiente localidad, su repentina enfermedad mental tomó a sus vecinos y amigos totalmente por sorpresa, dado lo rápido en que ésta se manifestó.

–Una tarde del año 1963 estaba charlando conmigo– recuerda Ignacio Arrieta – y en un momento me comentó que se venía sintiendo mal. Pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo después: “Creo que voy a quedar loco”.

Ignacio trató de tranquilizarlo, y le sugirió que vaya a ver a un doctor, o – algo muy común entonces– a algún “médico” o “curandero”, que se dedicaban por medio de una combinación de remedios naturales y oraciones a curar los males del cuerpo y también del espíritu.

Rufino se fue sin decir si pensaba ir a atenderse, e Ignacio siguió con sus tareas y se olvidó de la conversación.

Grande sería su sorpresa cuando dos o tres días después pasó por su casa una persona con la asombrosa novedad:

–Pergue parece que enloqueció.– le comentó esa persona, refiriéndose a Rufino como era conocido, por el apellido de su padrastro – Se sacó la ropa y está corriendo desnudo alrededor de la cancha.

La cancha era el punto central de la localidad y estaba donde hoy se encuentra la plaza Colón.

Desde que Rufino –por entonces con 20 años de edad– había comentado que creía que se iba a volver loco hasta que los vecinos lo encontraron fuera de sus cabales no habían pasado mas de tres días, y desde entonces ya no volvería a la normalidad.

Lentamente su salud mental fue decayendo. En los primeros tiempos aún era posible hablar con él, pero su comportamiento ya no era el de una persona normal. En ocasiones se acercaba a algún transeúnte y con el marcado acento porteño de sus años en Buenos Aires le pedía un cigarrillo:

– Che pibe, ¿no tenés un pucho?

Con los escasos medios de aquella época posiblemente nunca recibió un tratamiento adecuado que hubiera logrado mejorar su situación o quizás incluso sanarlo. Año tras año su estado fue empeorando.

Casi como una metáfora, a medida que Rufino iba dejando atrás su anterior personalidad saludable y trabajadora, también su nombre iba perdiéndose para ser conocido solo como Perkin. Posiblemente haya surgido como una deformación del apellido de su padrastro –Pergue– en combinación con la popularidad que por aquellos años gozaba una marca de motores de ese nombre.

También se deformó el origen de su condición. Algunos muy imaginativos en aquellos iniciales años de su enfermedad decían que ésta era fruto de su dedicación al estudio de la magia negra, y que alguna invocación se le había escapado de las manos y por eso había enloquecido.

Ignacio Arrieta también recuerda esos comentarios maliciosos: “Esas son fábulas nadas más. Él solo se dedicaba a trabajar, qué va a andar con experimentos de magia negra ni nada de eso”.

En cuanto a historias, hay otra bastante conocida que lo tiene a Perkin de protagonista. Sucedió hace muchos años, pero aún hoy hay quienes la cuentan. Pese a que lo hacen con humor, no lo hacen burlándose del enfermo, sino relatando un hecho del Jardín de antaño y de uno de sus personajes más antiguos y conocidos. Quizás una forma de mantener presente aunque sea por medio de una anécdota a alguien que si bien todavía camina las calles de la ahora ciudad, lo hace abstraído en su propio mundo, casi sin percatarse de lo que lo rodea y ya sin rastros de la persona sana que alguna vez fue.

Rufino Diarte, más conocido como Perkin.

Según cuenta esa pequeña anécdota, a fines de la década del 60, cuando la enfermedad de Rufino era reciente y aún su estado físico no había decaído, cada tanto iba a pie hasta Oberá.

Un día Ramón Mareco retornaba a Jardín con su camión por la Ruta 12 a la altura del cruce de Santa Ana, cuando vio que por la banquina iba caminando Rufino en la misma dirección.

Mareco entonces detuvo su vehículo y le gritó: “Perkin, ¿que haces por acá? ¿Te llevo a Jardín?”.

Aquél, sin detenerse, le respondió: “No che, que estoy apurado.” Y siguió con su ágil marcha.

Desde entonces, la frase “Estoy apurado, como dijo Perkin”, quedó como un latiguillo entre los habitantes de Jardín, y algunos incluso la utilizan sin conocer el origen de la misma.

En la actualidad, Rufino tiene 70 años y vive con su hermano Jorge, quien lo cuida desde la época del inicio de su trastorno. Éste le construyó una pequeña vivienda junto a la suya en el Barrio 20 de Junio, y trata de atender lo mejor que puede a su pariente enfermo.

En medio siglo, innumerables fueron los kilómetros transitados por los curtidos pies de Rufino/Perkin. Caminó las calles de tierra primero, que luego fueron dando lugar al empedrado y al asfalto. A su alrededor fue expandiéndose la ciudad, el monte dejó lugar a populosos barrios. Una población pujante fue tomando forma.

Mientras tanto, Rufino/Perkin, solo sigue caminando1.


  1. Rufino Diarte falleció el 15 de enero de 2020.