• programa 02
    miércoles 13/03/1996
  • programa 03
    viernes 15/03/1996

    https://alboradadeunpueblo.com.ar/static/audios/02.mp3

    https://alboradadeunpueblo.com.ar/static/audios/03.mp3

“Montes ricos en venados y tatetos”. Es lo que de inmediato responde don José Méndez Huerta cuando se le pregunta sobre sus recuerdos más antiguos acerca de la zona en la que hoy se asienta Jardín América. Sin dudarlo se remonta a los abundantes animales disponibles para la caza en los años anteriores a la fundación de la ciudad.

Testigo privilegiado de los albores de la población, Méndez Huerta ya estaba afincado en la región desde alrededor de 1935, cuando lo único que había era grandes extensiones de selva paranaense, poblada por majestuosos árboles y recorrida únicamente por los más diversos ejemplares de la fauna misionera.

Méndez Huerta residía en Oro Verde y desde ahí a mediados de la década del 30 en ocasiones se adentraba en los espesos montes de lo que hoy es la ciudad, persiguiendo venados o tatetos a la sombra del espeso follaje que en aquella época formaba un manto verde de kilómetros de extensión ininterrumpida.

“Nunca imaginé la ciudad que habría allí. Y mucho menos que yo residiría en ella años después” afirma luego. Enseguida continúa, relatando que en los inicios de la villa de Jardín América, nada hacía suponer que ésta continuaría y daría lugar a la ciudad actual. “Nunca supusimos que el pueblo continuaría más de diez años. Nos equivocamos rotundamente”, afirma con énfasis.

Con su memoria privilegiada, enseguida desgrana su análisis acerca de los motivos de que la villa haya progresado y continuado más allá de esos diez años que muchos estimaban sería el máximo para la pequeña población. Cuenta que en aquella época era común que un pequeño poblado se forme alrededor de alguna industria que explotaba los recursos naturales –la madera en el caso de Misiones–, y que una vez agotados éstos, el pueblo decayera y terminará disolviéndose.

Según el análisis de don José, una de las grandes ventajas de la incipiente Jardín se encontraba en el tipo de población que atrajo en sus comienzos. Mientras que en aquellos años otros pueblos atraían mayoritariamente a población inmigrante europea, la villa de Jardín América recibió en su mayoría a pobladores que venían desde otros pueblos de Misiones y la región. Gente de la “colectividad agraria de Misiones” que conocía el terreno, el clima y los métodos de trabajo. Gente humilde pero con experiencia, que apenas afincados ya podían empezar a trabajar; a diferencia de los europeos que llegaban a otras poblaciones y se encontraban con los inconvenientes de aprender el idioma y adaptarse a las nuevas condiciones del terreno.

Para Méndez Huerta, este fue un paso gigantesco, y un empujón de suerte para Jardín, que contribuyó a cimentar la pequeña población y lograr que perdurase en el tiempo.

De sus actividades en la región, enseguida Méndez Huerta cuenta que en 1945 se radicó en la zona de El Campito, donde se dedicaba a la explotación agrícola.

El Campito era una extensión de campo achaparrado de unos pocos kilómetros cuadrados, con pasturas y arbustos, ubicado en lo que hoy es la margen izquierda del camino de entrada a los Saltos del Tabay. Utilizado como punto de descanso por troperos que arreaban ganado a través del Alto Paraná, su geografía –parecida a lo que se ve en el sur de Misiones o en Corrientes– se destacaba en medio de la imponente selva que lo rodeaba. Las historias referentes a un tesoro escondido entre sus tierras, señalado y vigilado por una cruz de hierro forjado, le daban también un aura de misterio y leyenda al lugar.

Allí vivía en compañía de su esposa, Alicia Kurth, nacida en Berna, Suiza y recordada con estima en la comunidad por su tarea docente a lo largo de 25 años.

En esa época formó la sociedad Lemos, Ciaroni y Méndez Huerta. Con dicha empresa y mediante un convenio con el gobierno japonés, se dedicaban a promover la venta de lotes para la radicación de ciudadanos de ese país en la zona de San Pedro del Tabay. El acuerdo entre los gobiernos de Argentina y Japón estipulaba lograr la inmigración de unos cien mil ciudadanos nipones anualmente. Dicho proyecto quedó trunco cuando el gobierno de facto del Gral. José Félix Uriburu decidió suspender el convenio debido a que no querían inmigración de “razas de color” en suelo argentino. De aquel proyecto inmigratorio japonés quedaron numerosas familias afincadas en la región, entre los cuales Méndez Huerta menciona por ej. a Kariochi Hase, uno de los antiguos pobladores.

José Méndez Huerta

Avanzando en los años pero aún en la etapa fundacional, se le pregunta a Méndez Huerta sobre sus recuerdos acerca de los fundadores de Jardín. Enseguida traza un perfil resumido de algunos de aquellos visionarios:

“Drachemberg no se relacionaba con las cosas prácticas” dice. Explica que éste era docente, un hombre de pensamientos, al que le gustaba conversar sobre temas trascendentales, filosóficos. Tenían una larga amistad y se dedicaban a tratar esos temas en largas charlas, “charlas que aburrían al resto” cuenta entre sonrisas.

Respecto de da Silva menciona que tuvo poca relación. Menciona que éste se consideraba el factótum de lo que ocurría en Oasis y Jardín.

Alicia Kurth de Méndez Huerta

Nombra a otros más, tales como la familia Otto, a Toto Hein –a quien recuerda como “un idealista muy sereno, poco combativo y con grandeza de ideales”– y a Edmundo Bublitz –”docente enamorado de su profesión, que aburría con sus temas pedagógicos”–. Más adelante en la charla surgirá el dato de que Bublitz comenzó sus actividades en la escuela General Belgrano el 1°. de abril de 1951.

Un rasgo común en todos ellos reside en que “tenían gran personalidad, no eran personas del montón”, acota don José.

Con sus 92 años, la charla con Méndez Huerta prosigue amena e impresiona su lucidez y la cantidad de detalles que aporta sobre los temas que relata. Siempre listo para explicar el origen de un apellido o detalles poco conocidos de los sucesos de los que fue protagonista.

Cuando se le pregunta sobre las primeras industrias de la madera que estuvieron en la génesis de la ciudad, menciona a las fábricas de maderas terciadas: la de Marcenaro y Hönig, la de Zambano, y la de Mazlumián.

Méndez Huerta indica que no puede precisar cual se instaló primero, pero que la que empezó a funcionar en primer lugar fue la de Marcenaro y Hönig. Ésta se encontraba en una zona que luego fue conocida como “la Terciada Vieja”, en la margen derecha del Arroyo Tulipán, a la vera del camino hacia Colonia Primavera, en lo que en la actualidad se encuentra la Escuela 310 del Barrio Hermoso. En aquellos años, esa zona hoy totalmente integrada al núcleo urbano de Jardín, se encontraba separada del resto del poblado, y para llegar hasta allí había que recorrer trillos y caminos precarios.

Al lado de la fábrica vivía uno de sus dueños, Hönig. Había construido un pequeño chalet utilizando como materia prima lo que se conoce como “miolo” de madera1. Esa casa es la actual vivienda de Raúl “Nene” Hein y familia, y es una de las construcciones más antiguas de la ciudad aún en pie2.

Por su parte, en lo que actualmente es el barrio Los Eucaliptos, en cercanías de la sede social del club Jardín, se encontraban las otras dos fábricas: la de Merino Zambano y la de Abraham Mazlumián.

Se le consulta sobre la decisión de fundar Jardín. De su baúl de los recuerdos inmediatamente pasa a relatar hechos poco conocidos acerca de aquellos tiempos. Primero se retrotrae al antecedente inmediato anterior a Jardín: Oasis.

Relata que Oasis se originó en adventistas oriundos de Piuggari, Entre Ríos. Entre sus diversas actividades como congregación religiosa se dedicaban a ayudar a los más necesitados en aquella población entrerriana. Pero en vez de realizar simplemente caridad, se basaban en el concepto de dar trabajo para que esas personas pudieran superar la pobreza por sus propios medios. Entre los trabajos que realizaban, se encontraba trabajos en madera: muebles, artesanías. Debido a que la materia prima necesaria no abundaba en Entre Ríos, decidieron buscarla en otra provincia. Misiones fue elegida por sus tierras fértiles y clima apropiado; y así empezó la tarea de colonizar Oasis.

“Compraron unas mil y pico de hectáreas”, relata Méndez Huerta, “pero en vez de seguir con las artesanías, se dedicaron a la agricultura”. Fue tal el éxito, que tiempo después ya no se conseguían artesanos de la madera en la zona, todos estaban dedicados a la agricultura en las chacras. “Hubo una época en que hubo un auge de las fábricas de mangos de escoba. Pero no se conseguía personal idóneo porque ya no se dedicaban a trabajar la madera”.

Las historias de éxito de los afincados en Oasis se esparció, y pronto se vendieron todos los lotes disponibles, porque eran muchos los que querían venir al “edén misionero”. La única alternativa entonces era comprar nuevas tierras para seguir expandiéndose.

Es así que se llega a una sesión de la Cooperativa Oasis Ltda., en la que se analizó la posibilidad de la compra de tierras para ampliar la colonización. Se realizó la votación y la decisión quedó firme: comprar más tierras.

Las mejores tierras disponibles, por cercanía a Oasis y a la recientemente trazada Ruta 12, pertenecían a la Sucesión Roca. Se comisionó a Isaac Da Silva y al cuñado de éste, Enrique Drachemberg, para ir a conversar con los propietarios y plantearles el interés por adquirir de unas 1.000 a 1.200 hectáreas.

La prodigiosa memoria de Méndez Huerta hasta recuerda el nombre de la persona con quien se entrevistaron: “Fueron a hablar con un señor de apellido Watson”, afirma Méndez Huerta cincuenta años después de aquella reunión clave.

Este sr. Watson les informó que si bien vendían tierras, por cuestiones de las finanzas de la Sucesión no les era redituable vender esa cantidad, ya que debían pagar una gran suma de impuestos adeudados. “Vendemos lo necesario para pagar impuestos o no vendemos nada” fue la categórica respuesta a la propuesta de los colonizadores.

De nuevo una reunión de la Cooperativa Oasis para tratar el tema y las condiciones de Roca. De nuevo un voto favorable con el que decidieron comprar la superficie mínima que la Sucesión Roca les exigía para llevar a cabo la transacción. “Y entonces se compró lo que hoy es Jardín América”.

Pero las finanzas de la Sociedad Oasis no eran abundantes, y debido a que se tuvo que comprar más de lo inicialmente planificado, las deudas excedían la posibilidad de pago.

Entonces se tuvo que negociar con diversas personas, entre ellas Merino Zambano, para financiar la compra de las tierras.

Con la situación financiera difícil para la Cooperativa Oasis, entra en escena un financista: Santiago Ciganotto. Conocedor de la complicada situación, propuso financiarles la deuda a cambio de una participación en la sociedad.

Para ello se formó una sociedad anónima llamada “Jardín de América”, con domicilio legal en el barrio de La Boca en Buenos Aires, separada legalmente de la Cooperativa Oasis y solo con los miembros del núcleo económico como participantes con el 51% de la sociedad. El porcentaje restante quedaba en manos de Santiago Ciganotto y Merino Zambano.

Más tarde, por un error en la venta de una partida de acciones, la participación de los colonizadores quedó reducida a un 44%, y el control societario pasó a manos de los financistas.

Zambano, que era uno de esos financistas, “no era un esquilmador” acota Méndez Huerta, “Era una persona que se enamoraba de las cosas. Y se enamoró de Jardín América”. Enseguida Méndez Huerta cuenta una anécdota que pinta al carácter de Zambano.

Relata que en una oportunidad Zambano hacía una de sus recorridas periódicas por la zona, supervisando y controlando los trabajos. Luego de la recorrida, chequeaba junto con el Cdor. Knüppelhoz –”hombre muy recto”– los libros de contabilidad.

Zambano encuentra que en los libros contables se había registrado la construcción de tres galpones, mientras que en su recorrida solo le habían mostrado la existencia de dos. Hay unos momentos de confusión y consultas varias entre las diversas personas presentes.

Entonces uno de ellos –”pero no recuerdo el nombre”, se lamenta don José– toma la palabra y le explica: “Ese galpón está construido y los fondos salieron de la caja”. Zambano sigue indagando y exige explicaciones acerca de la disparidad entre lo que registraba la contabilidad y lo que había visto en persona.

La persona que antes había hablado vuelve a tomar la palabra y termina de explicar: “Nuestra religión católica no tiene un lugar de culto. Se oficia misa en cualquier casa particular. Habíamos coincido en construir un local para la misa… Y ese galpón no es un galpón… es la capillita de Jardín América. Como sabemos de sus ideas, no nos atrevimos y no queríamos quedar en inferioridad de condiciones con los otros cultos”.

Entonces Zambano toma un lápiz rojo, tacha en el libro contable y les indica: “Me borran este galpón y el gasto distribuyan entre los otros dos”. De esa manera, Jardín América tuvo su primer capilla del culto católico.

“Al comienzo fue esa primer capillita a la que íbamos todos los domingos, aunque no teníamos una gran pasión religiosa”, relata Méndez Huerta.

Al tocar el tema de los inicios de la parroquia, se le pregunta sobre los primeros sacerdotes del incipiente pueblo.

Méndez Huerta cuenta acerca del primer sacerdote, llamado Juan Chagas, que “no tenía problemas en caminar o en andar en su vieja yegua para visitar a algún enfermo o necesitado”. En ese entonces asistía a un núcleo enorme: Colonia Otilia, Puerto Leoni, la villa de Jardín América.

Este sacerdote venía desde Puerto Rico a lomo de yegua, por los agrestes caminos y trillos de aquellas épocas. “Era dejado de lado por la congregación de Puerto Rico porque no era alemán” acota Méndez Huerta, indicando que era de nacionalidad checoslovaca.

También menciona que en ese entonces era el padre José Puhl el que dirigía con mano férrea los asuntos parroquiales desde Puerto Rico para la zona.

El padre Chagas, aunque de origen europeo, hablaba perfectamente guaraní por haber convivido con los aborígenes en el Alto Paraná y en la zona de la Cordillera del Amambay en el noreste de Paraguay. Méndez Huerta recuerda que lo escuchó hablar en guaraní con los criollos de la zona, y que además hablaba francés y era un hombre muy culto, posiblemente jesuita, pero un poco soslayado por la grey católica racista de aquellos años de posguerra.

Siguiendo con el tema de la religión en la incipiente Jardín América, Méndez Huerta rememora que por aquellos años y ante la inexistencia de iglesias, se hacían las misas en domicilios particulares. Incluso su casa en Campito fue lugar para varias de estas celebraciones.

También recordó a otro sacerdote de la época, no tan sacrificado y pío como el padre Chagas. Este otro sacerdote había recibido una donación por parte de la señora de Lemos, de una chacra en lo que actualmente es el complejo turístico en inmediaciones del puente del Arroyo Tabay, con el objeto de construir allí una capilla y una escuela en La Otilia.

–Solo desmontó y trajo allí a sus odaliscas…– recuerda risueño y a la vez crítico Méndez Huerta.

Sobre la primera capilla en Jardín se puede deducir que fue construida alrededor de septiembre de 1951. Tenía un campanario de madera endeble y recibió de regalo una enorme campana de bronce enviada por la familia Zambano. Es la misma campana que actualmente se encuentra en la Iglesia Cristo Redentor.

“A pesar de que todos lo tenían por escéptico y ateo, Zambano contó en su casa sobre la construcción del galpón dedicado a capilla. Entonces su hija se enteró y envió como obsequio la campana” aporta Méndez Huerta.

La memoria y su particular manera de contar los hechos, hacen que la charla con don José recorra diversos temas de la Jardín América de antaño. Y que en cada tema sorprenda con sus recuerdos y gran memoria, aunque aclara afable “no me pidan fechas, que en eso soy muy malo. Si me pide fechas, me va a correr después con la vaina del machete”.

Es así que se le pregunta sobre posteriores compras de tierras. Se le menciona una compra de 600 has. y luego de otras 400 has. compradas a unos señores Derna y Vanderdorf.

Méndez Huerta explica que Derna era de una familia muy conocida de Posadas, que alquilaban un gran número de propiedades y que se habían hecho cargo de la sucesión Denis. Por su parte Vanderdorf –”apellido belga que significa ‘de los fiordos’, destaca enciclopédicamente– había venido a vivir a San Ignacio “fundido, era un jugador que gastó toda su plata y quiso rehacer su fortuna”. Primero trabajó como cuidador de un galpón de yerba mate en el cerro de San Ignacio viejo, después hizo dinero y con Derna se adueñaron de la Sucesión Denis.

“Vendían barato antes que un juicio les quitase lo que habían obtenido frr…” dice Méndez Huerta como teniendo dificultades para encontrar la última palabra. Cuando se le ayuda diciendo “fraudulentamente?”, veloz y entre risas acota “Usted lo dijo, yo no”.

Se le pregunta por otras personas claves de aquellas épocas y menciona a los hermanos Von Zeschau, Hugo y Armando, personas muy ilustradas.

Nuevamente con su memoria abundante en historias relata: “En Bella Vista, Cerro Corá, Paraguay, había un herrero de apellido Von Zeschau. Von indica que el apellido es de la nobleza. Entonces los alemanes “de Alemania” (para no confundir con los llamados “alemanes brasileros”), se morían de risa por encontrase con un herrero con apellido de nobleza.”

Pero según Méndez Huerta, estos dos hermanos afincados en Jardín eran de los que “prestigiaban, no usufructuaban” poseer un apellido de origen nobiliario.

Destaca que fueron dos personas que contribuyeron de gran manera al desarrollo de Jardín América. “En todos los lugares que hacia falta gastar su tiempo, estaba uno o el otro” indica. “Del comienzo al final de “Cronología de Gobiernos Comunales” –el libro de Antonio Faccendini que recopila los primeros gobiernos de la localidad–, “revise y verá que siempre hay un Von Zeschau involucrado”.

“En los últimos tiempos fuimos enemigos políticos” sigue contando. “Durante la dictadura de la Revolución Libertadora fuimos militantes del mismo partido. Después hubo una disidencia y formé un partido propio, Unión Cívica Popular”. “Salí concejal y fui presidente del concejo”, rememora, para enseguida agregar “pero es difícil hablar de uno mismo, es más fácil hablar de los demás”.

Al cerrar la amena charla, fecunda en datos, anécdotas y detalles diversos, nos plantea su deseo en ese momento:

“Que todos los habitantes sepan lo que ocurrió acá en su pueblo hace cincuenta años”.


  1. En la fabricación de las maderas terciadas, a través de lo que se conoce como desenrollado de los troncos se producen las láminas que luego se pegarán entre sí. Para desenrollar se hace girar el tronco alrededor de su eje, y con una cuchilla contra el tronco se obtiene una banda continua de lámina. El residuo de ese procedimiento, es decir lo que queda cuando ya no es posible seguir obteniendo láminas, es el llamado miolo, término posiblemente tomado del portugués y de significado similar al castellano meollo, es decir núcleo o centro de algo (del tronco en este caso). 

  2. Debido a su condición de una de las viviendas más antigua aún en pie en la ciudad y a su relación con uno de los primeros emprendimientos productivos, y por que no también por la particular materia prima empleada en su construcción, nos atrevemos a sugerir su declaración como patrimonio histórico de la ciudad.